lunes, 29 de noviembre de 2010


Mira por la ventana, está nevando! Los copos cada vez son más grandes y aunque los primeros que cayeron se hicieron agua en cuanto tocaron el asfalto, ahora parece que estos últimos van formando una película blanca cada vez más gorda. No me gusta nada el invierno, pero reconozco que ver nevar desde un sitio resguardado y calentito es uno de los mejores placeres que hay. Me recuerda a las navidades cuando era chiquitita, que no se si realmente nevaba o era solo producto de mi imaginación, pero siempre asocio las navidades con la familia a la nieve. Me acuerdo de esas tardes enteras viendo vídeos familiares en casa de los abuelos, del roscón de reyes en barcelona con mis primos, la nochevieja en casa de mi tía merce con los regalos que el supuesto papa noel había dejado bien colocados encima de el escritorio. Me acuerdo también de los fuegos artificiales nada más comenzar el año, que todos los años los veíamos desde el décimo piso de casa de mi tía; de la emoción por esos gigantes regalos que nos hacían, de los villancicos desafinados el día de navidad, de las huellas de talco que imitaban a nieve del polo norte que dejaba mi tío por el salón el día que venía papa Noel para hacerlo todavía mas creíble, de las cabalgatas de reyes a hombros de mi abuelo, los caramelos que nos tiraban que casi te abrían la cabeza. Me acuerdo de los viajes que hacíamos al sur mis padres y yo, y del accidente que tuvimos al volver de uno de ellos, y de los belenes que iba a ver con mi abuela por el Madrid centro, las luces de las calles encendidas, el cielo oscuro y mucho frió, pero risas y felicidad a todas horas. Recuerdo la cantidad de horas que dedicaba con mi abuela a montar el árbol de navidad, a colocar cada bola en el sitio más apropiado, a encender las luces y a cantar a su alrededor. También me acuerdo de las tardes de nochebuena con mi abuela en la cocina, preparando la cena a contrarreloj, y de le leche que me pegué contra el armario del salón, y de los belenes con plastilnia que hacíamos en el colegio...

La verdad es que he tenido una infancia feliz, no me puedo quejar.

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